7 de marzo de 2010

EL TÍO QUERIDO

EL TIO QUERIDO

La vieja casona tenía un olor distinto. Era parecido a nada. Enclavada en un barrio de casas espaciadas, su aspecto era sombrío. Tío Juan, ayudaba al ambiente misterioso, con relatos. En su casa, varios primos pasábamos las vacaciones de verano, suplantando a los hijos que no tenían, con tía.

Aprovechaba la sobremesa nocturna para mostrar su histrionismo. Usaba tonalidades medias y bajas, de una voz, naturalmente áspera. Además, “apaisanaba” el habla adrede. Una noche de relatos podía comenzar así:

-¿No escucharon ruidos raros anoche?

El techo alto de la casona daba un eco envolvente, cuando tío aseguraba haber escuchado pasos de pies descalzos, la noche anterior. Se habría levantado… y nadie. Los primos dormíamos. Pero al volver a su dormitorio, dijo haber sentido que algo muy frío, helado, lo rozó.

Para escucharlo, había que inclinarse sobre la mesa, porque todo lo contaba en un susurro cavernoso. No alcanzaba con que tía Argentina nos guiñara un ojo, desautorizándolo, advirtiéndonos que lo que tío contaba, no era totalmente cierto. A esa altura de la noche, el pavor había penetrado.

El crujir del cielorraso de madera, le daba marco a sus cuentos. Según él, debajo de la casa, fue enterrado un soldado sin velar, o un indio –esto no lo sabía -, y por las noches, el alma en pena daba unas vueltas por la casa.

-Tío… si son pies descalzos debe ser el indio -dijo una noche Miguelito semipálido-.

-Claro – dijimos los primos a coro.

Era creíble lo del ombú. Parece ser que cuando Ituzaingó era pampa, hubo uno pegadito a la casona. Cierto gaucho, cierta noche de tormenta furiosa, se habría guarecido debajo del árbol. Cuando la lluvia paró, quiso salir y no pudo. Ni él, ni su caballo. Por más que se esforzaron y dieron vueltas, una barrera invisible se lo habría impedido. Allí murieron de hambre y de sed, los pobrecitos, encarcelados.

-¿Y el ombú, tío? –pregunté

-A los años lo cortaron y sacaron los esqueletos.

-Así que se podía entrar a su reparo, pero no salir –afirmé

-Tal cual. Y a lo mejor esa ánima anda por acá todavía.

Los primos nos mirábamos espantados.

-No, tío, es el indio – insistió Miguel

-O los dos – dijo Jorge, apoyando el mentón en los brazos que tenía sobre la mesa.

-´¿Y cómo fue, cuando lo viste a don Repetto, el carbonero, después de muerto? –preguntó Guille.

-No. Que cuente cuando se cortó la luz y una mano fría lo agarró del pescuezo –dije entusiasmado.

Tío se inclinó sobre la mesa, en la cabecera, y desorbitando un poco los ojos nos congeló:

-¡Ah!... esa noche si que me cagué todo, ché. Resulta...

5 comentarios:

* Inés * dijo...

Miedosamente entretenido.

Me gusta mucho cómo escribes.

Gracias desde mi lado.

margari dijo...

Me entusiasma tu relato,Tarzán.
Esta vez,algo más largo.
¿Prometes seguir contando,los cuentos del tio Juan?es que los
cuentas, muy bien.
Gracias un saludo.
Margari

Mayte® dijo...

A mi personalmente me tienes enganchada a tus escritos,así que no pares de compartir con nosotros, porque leerte es apasionante.

Besitos a la distancia

D'MARIE dijo...

Buenisimo,me encanta leeerte.!!
Besis

monpita dijo...

tarzan...terminé de leerlo y me robaste una sonrisa... te imaginé rubio, de piernas flacas y largas..de pantalon corto, y ojos asombrados ante las acnédotas de su tio...me gustó muchisimo. cada relato tuyo me transporta al lugar, eso me encantaa.besosssss(al menos que queden cinco "s" che)

Callad, por Dios, ¡Oh buñuelo!.

(La foto es de otro día, los de hoy los haré esta tarde que no me ha dado tiempo) Callad, por Dios, ¡oh buñuelo! Que no podré resisti...