Yo no puedo estar quieta, soy de las
que constantemente tienen que estar haciendo algo e ideando al mismo
tiempo qué va a ser lo próximo. En casa me dicen que seguro que
tengo un TOC sin diagnosticar porque mi manía por hacer cosas y por
el orden no es en absoluto normal; yo me quejo y les quito la razón
(sólo faltaba que se la diera) pero no por ello dejo de reconocer
que sacar todo de la despensa dos veces a la semana, ordenar los
alimentos por orden de utilización, por familias y, dentro de estas,
por orden alfabético tampoco es que sea muy común.
Como tampoco lo es ordenar los folletos
de los bancos mientras esperas, enderezar los cables de los
teléfonos, ordenar el contenido de la guantera de los coches cuando
vas de copiloto, tener la ropa guardada por colores y por largos de
falda, tener todas las cosas pequeñas en cajas y estas, a su vez,
llenas de cajitas o divididas en departamentos, para que esté todo
milimétricamente ordenado, los zapatos y los bolsos en estanterías
y por colores, sufrir y discutir por una silla 1cm. fuera de su
sitio, tener pasión por la simetría y un largo etc.
¿Y para qué hablar de la cocina?,
aquí ya es donde me desmadro porque, con independencia de que me
gusta mucho, tampoco es que haya necesidad de hacer todo,
absolutamente todo, casero, desde las mermeladas a los flanes,
pasando por las tartas y terminando por las aceitunas. Como no la hay
de tener al mismo tiempo en el congelador granizado de limón, de
ciruelas, leche merengada, horchata de avellanas, granizado de leche
y colacao y granizado de café (de tres variedades) todo, por
supuesto, hecho por mí. En fin que, como me dicen en casa, me falta
matar un cerdo y hacer los embutidos y, aunque protesto y les digo
que bien que se comen mi lomo de tabla o mi lomo de orza o mis patés,
reconozco que tienen razón.
Y cuento todo esto, más bien para
entonar un “mea culpa” y para ver si, viéndolo escrito, soy
capaz de concienciarme de que tengo que parar, de que estoy como el
conejito del Duracell pero con la diferencia de que él lleva las
pilas alcalinas y yo (valga el símil) soy como un coche que empieza
una carrera a tres cilíndros y a sabiendas de que parte de la
gasolina que le entre no la va quemar y va a terminar jorobando el
carter.
Así que me voy a ver si aprendo a ver
la tele, a estar tumbada en una hamaca leyendo, a que llegue un día
la hora de la comida y tener que hacer de urgencia una tortilla de
patatas porque no haya preparado previamente dos platos y un postre,
a no encender el ordenador, a que no me duelan las manos de tenerlas
en el ratón, a aprender a levantarme a las 8 de la mañana en vez de
a las 6 y, en definitiva, a meterme en la cabeza que no todo funciona
a fuerza de voluntad, a hacerle caso a mi familia cuando me dicen que
afloje porque ellos son quienes luego tienen que salir corriendo
conmigo.
Así que esta noche apagaré el
ordenador y lo encenderé el día que vuelva, porque volveré un día
de estos, igual el mes que viene que a finales de octubre, porque a
principios me espera una operación quirúrgica de envergadura (aparte de las de las dos manos) que ya
hemos tenido que retrasar por no estar en condiciones físicas para
hacérmela y, mientras tanto, ¡feliz verano a todos!.