17 de mayo de 2012

Cariño, saca el abrelatas



Después de tantos años dando por saco las feministas con el asunto de la liberación de la mujer, grito de “abajo los sujetadores” incluido (si no recuerdo mal, era una de las consignas del Mayo del 68), ahora resulta que el no va más no es ir sin sujetador sino el “no sin mi faja”, es decir ir embutida en una de esas fajas modernas que (dicen) lo ponen todo bajo control y disimulan una talla.

Yo, que me autoproclamo de la banda de “para presumir hay que sufrir” y no me duelen prendas a la hora de llevar tacones que sé que no debería, de pintarme las uñas de los pies en invierno aunque no se vean o de soltar unas lagrimitas con la cera (por ejemplo), me declaro totalmente anti-faja, de hecho sólo la he llevado un día en mi vida por recomendación del ginecólogo cuando estaba embarazada de mi peque y a la siguiente visita, cuando me preguntó si me dolían menos los riñones con ella, le dije algo así como: “Paco, he pensado que yo no he hecho nada malo para llevar eso y que te la pongas tú y luego me cuentas el efecto, que yo ya tengo bastante con las molestias propias y las patadas del niño”.

Pero, volviendo al hecho de que estén de moda las super-fajas esas que son así como la “doncella de hierro” pero en latex y sin pinchos, a mí no me entra en la cabeza su utilidad porque, salvo que no te sobre ninguna mollita, lo que se oprime por un lado sale necesariamente por otro.

Es que me imagino el proceso para ponerse un chisme de esos y de verdad que se me eriza el vello y luego, una vez puesta y un vestido ajustado encima, el martirio que tiene que suponer el calor, el sentarse y no digamos nada comer con ellas, porque fijo que con eso  puesto el nivel de rebose (si lo hay) del estómago se tiene que haber subido a la altura del pecho.

Con esta imaginación tan fértil que padezco visiono una escenita, después de una cena de verano con la super-faja, llegando a tu casa abotargada y a punto del síncope y con todo el latex pegado a la piel y deseando una ducha por encima de todo y teniendo que decirle a la pareja o al marido: “Cariño, trae el abrelatas o pélame por Diosssssss que yo no puedo con esto”.


Y eso en el caso de que la portadora de la faja tenga pareja estable pero ¿y si es soltera o separada y liga qué?, porque empezando con que el color visón ese tira para atrás de feo, vamos que si yo fuera hombre no me reaccionaría nada, y siguiendo con que el señor se ha hecho una idea de la “mercancía” que esconde el vestido y cuando desaparezca la faja resulta que tiene premio y aparece un 2x1, no sé lo que puede pasar. 

Ya, como la portadora de la faja lleve también un sujetador de esos que aumentan dos tallas si el hombre se queda probablemente sea de Alcoy. Y por supuesto que sé que los señores vais a decir que las de las fotos que he puesto aquí están muy bien pero es que, inocentes, esas no la necesitan y, cuando se la quiten, no se les va a desparramar nada.

9 de mayo de 2012

Adiós bizcocho, adiós


Estoy como José Luis Perales cuando cantaba aquello de “La última noche que pasé contigooooo, quisiera olvidarla pero no he podidooooo...”, él se lo cantaba a algún amor perdido, yo se lo estoy cantando a los restos de un bizcocho, en concreto a uno riquísimo que hice anoche de vino tinto (monastrell, por supuesto, que hay que hacer patria chica).

Teniendo en cuenta las cosas raras que hago, supongo que tampoco os extrañará mucho que le cante a un bizcocho, pero hoy la cosa tiene una explicación de lo más lógico, en concreto que he ido al médico y me ha dicho que estoy pelín diabética, así que me han mandado unas pastillitas y una dieta donde (igual no he mirado bien) no se ve por ningún lado ni bizcochos, ni miguelitos, ni tocino de cielo, ni flanes, ni helado, ni chocolate ni nada de todo eso que está tan bueno. Así que de momento, sólo de momento, le digo adiós a los postres y ya iré haciendo sobre la marcha experimentos con sacarina y las debidas calorías.

Lo bueno de esto es que no voy a tener el problema de verlo y no poder comérmelo porque, solidaria como soy, le he dicho a mi familia: “sorpresaaaaaaaaaa, os han puesto a régimen” y cuando, lógicamente extrañados, me han preguntado: “¿cómooooooooo?”, les he dicho: ”pues muy fácil, si me han puesto a mí que soy la que cocino, a vosotros os pongo yo, que lo bien repartido es lo que luce y así no os da envidia mi comida”.

Esto lo digo pero no lo haré, los pobres no tienen la culpa y seguiré cocinando lo que les apetezca y lo mío lo haré aparte (aunque los primeros días me muerda los muñones de verles comer ciertas cosas). Ahora bien, hoy pienso dedicar el día a atiborrarme de todo lo prohibido, de hecho me voy a poner ahora mismo a freír ese lomo de orza que tengo tres días en adobo y a mediodía comeré de eso, patatas asadas con alioli y flan de chocolate. Y mañana...a pasar más hambre que el perro de un ciego, bueno hambre no pero necesidad mucha.

Y, para que sepáis que le canto al bizcocho con motivos, os dejo la receta (no puedo poner foto porque me queda un trocito de nada):

Bizcocho de vino tinto:

Ingredientes:

1 Sobre de levadura Royal
1 y 1/2 Tazas de café de vino tinto (yo monastrell).
1 Taza de café de aceite de oliva
2 Tazas de café de azúcar
3 Tazas de café de harina
1 Naranja grande
3 huevos grandes o 4 medianos

Preparación:

Lavamos muy bien la naranja, le quitamos la parte superior e inferior, le quitamos las semillas si las tiene y la partimos en trozos (con piel y todo) y la ponemos en un bol.

Añadimos el azúcar y los huevos y trituramos con la batidora hasta tener las 3 cosas bien mezcladas.

Añadimos el vino y el aceite de oliva y mezclamos con lo anterior.

Añadimos la harina mezclada con la levadura (previamente lo pasamos por un colador grande, para que no esté apelmazada y el bizcocho salga más esponjoso).

Una vez todo bien mezclado ponemos la mezcla en un molde aceitado para que no se nos rompa al desmoldar y metemos al horno (precalentado) a 180º durante unos 40' o hasta que al pinchar el bizcocho con un cuchillo este salga limpio (el tiempo depende mucho del tipo de horno, o sea que se puede ir comprobando una vez que el bizcocho haya subido porque si lo abrimos antes lo más normal es que no suba bien).



5 de mayo de 2012

Erase una vez


Ayer, no sé por qué, me vino a la memoria el cuento de los hermanos Grimm que, posteriormente, la factoría Disney convirtió en película. Se trata de la historia de Rapunzel, una guapa niña que fue entregada por sus padres a una bruja nada más nacer porque la madre, estando embarazada, tuvo el antojo de comerse unas manzanas del huerto de la bruja y ese fue su castigo.

La bruja, malvada como todas ellas, encerró a Rapunzel en una torre y ella cantaba desde la ventana. Sus cabellos dorados se hicieron tan largos que la bruja usaba su trenza como escala para subir a la torre y, un día, un príncipe que pasaba por allí se enamoró de ella y de su voz y consiguió que Rapunzel también le lanzara la trenza a él para visitarla.

A pesar del encierro de Rapunzel, fueron muy felices hasta que la bruja se enteró y, como las brujas suelen tener muy mala leche, le cortó el cabello a Rapunzel y la abandonó a su suerte en el bosque y, no conforme con ello, le hizo un hechizo al príncipe y lo dejó ciego y vagando por el bosque sin saber ni volver a su castillo.

Pasó mucho tiempo pero un día el príncipe reconoció en el bosque la voz de su amada y, aun ciego, consiguió llegar hasta ella y se abrazaron tiernamente. Rapunzel, emocionada y triste al verle ciego, lloró y sus lágrimas cayeron en los ojos del príncipe y le curaron la ceguera y fueron felices y comieron perdices y todo eso que pasa en los cuentos.

Yo, retorcida como soy a veces, me imaginaba la versión moderna del cuento y, por ejemplo, me imaginaba que el príncipe podía haber escuchado los cantos de Rapunzel por la radio (un suponer), luego, investigando un poco aquí y allá, habría dado con su teléfono y se habrían enamorado sólo con oírse. Más tarde, él pondría en su GPS la dirección que ella le hubiera dado y se pasearía con su coche bajo el balcón (lo de la torre lo veo complicado en estos tiempos) de Rapunzel mientras ella, asomaba su cabeza con los cabellos dorados y le lanzaba besitos.

Después, aún en el supuesto de que ella tuviera una bruja que la tuviera encerrada, el príncipe echaría mano de la tecnología y se alquilaría un camión con una pluma o, si el balcón fuera muy alto, una grúa grandota como las que usan en los puertos, y se iría a buscar a su Rapunzel que, encantada, bajaría hasta él enganchada en la grúa, llevando como único equipaje las joyas y un neceser con los primeros auxilios de maquillaje y los rulos.

Ella lloraría (si no llora la cosa no tiene gracia), seguro, pero sus lágrimas serían de amor y de emoción, porque la bruja no se hubiera atrevido a dejar ciego a su príncipe; y él, aunque no necesitaba sus lágrimas para curar ninguna ceguera, enjugaría con sus labios las lágrimas de ella y le sabrían a gloria.

Luego, una vez pagada la factura de la pluma o de la grúa, se irían ambos en el coche del príncipe a ser felices y comer perdices o chocolate o lo que les apetezca, porque igual a los príncipes de ahora no le gustan las perdices.

1 de mayo de 2012

Siria

A diario, vemos y oímos noticias tremendas en todos los medios de comunicación. Tan duras son las imágenes que acabamos apartando la vista o simplemente cambiamos de canal. Nos hemos habituado a ver y escuchar cosas horribles y, de tanto mirar para otro lado, nos hemos vuelto insensibles a tanto dolor.

¿Por qué cuando a un par de potencias se les antojó invadir Irak, más con excusas armamentísticas que humanitarias, no esperaron resoluciones (aunque las hubo posteriormente)  y, sin embargo, ahora que vemos cómo se está exterminando un pueblo, todo son votaciones y esperas y nadie tiene agallas para salir en defensa de esos pobres desgraciados?


Es triste ver cómo unas fronteras y unos tratados comerciales sí son causa para no intervenir y, sin embargo, la avaricia por un poco de petróleo, sí les da motivo para entrar a saco en otros países con muchas menos muertes de las que, a día de hoy, se suceden en Siria.


Que si Rusia, que si China, que si América… Unos pocos  " bien nacidos" manejando los hilos de todos nosotros,  sólo por una lucha de poderes.


Aunque a mi querido amigo, Assad, se le va la pinza algunas veces intentando convencerme de algo, he de reconocer que, muchas veces, tiene razón y estas manifestaciones son algunas de esas veces. No apoyo la violencia de ningún género, pero estoy con él en esta lucha.


¡Hay que parar las masacres en Siria!


Un abrazo inmenso a todos los Sirios de bien que, aunque con escasas posibilidades, intentan aportar lo que pueden en apoyo a sus compatriotas.

Que buena estoy ¡LEÑES !


Callad, por Dios, ¡Oh buñuelo!.

(La foto es de otro día, los de hoy los haré esta tarde que no me ha dado tiempo) Callad, por Dios, ¡oh buñuelo! Que no podré resisti...