Ni en mi peor pesadilla hubiera soñado
nunca con el escenario con el que, desgraciadamente para mí, me tuve
que enfrentar la semana pasada.
Entré al quirófano para una operación
de un tumor en el tiroides con dos espadas de Damocles pendiendo
sobre mi cabeza, la primera que puede que no fuera posible intubarme
para la anestesia una vez dormida y tuvieran que despertarme,
colaborar yo para que el tubo llegara a los pulmones y volver a
dormirme; la segunda es que, como la biopsia no era concluyente
porque el tumor era muy grande, al final resultara cáncer.
Esas dos espadas, al final, no cayeron
sobre mí y ni me tuvieron que entubar despierta y luego provocarme
amnesia retroactiva para olvidar el mal trago ni, afortunadamente, se
han encontrado células cancerígenas.
Pero, quizás porque desde hace 4 años
el dolor es mi eterno compañero de viaje, tuve que pasar por algo
que sólo le ocurre a 1 de cada 15.000 personas a las que aplican
anestesia general: sólo me funcionó la parte de la anestesia que
provoca rigidez y que te impide el más mínimo movimiento, hablar
gritar, etc. y no me funcionaron las partes que te hacen dormir y te
inhiben el dolor. Con lo cual, pasé consciente prácticamente toda
la operación, oyendo a los médicos y, sobre todo, sintiendo
absolutamente todo el dolor que conlleva.
Honradamente no sé como pude
soportarlo, porque el dolor es indescriptible, el miedo salvaje y la
impotencia de no poder hacer absolutamente nada demoledora.
No podía entender como habiendo 8
personas en el quirófano nadie notaba nada y me salvaba de lo que yo
creía una muerte segura pero, al fin, oí a uno de los cirujanos
decir: “¿NO OS DAIS CUENTA DE QUE ESTA MUJER ESTÁ
DESPIERRRRRRRRRTA?” y, a partir de ahí, una vorágine de pinchazos
(terminaron poniéndome una vía en el tobillo) y, por fin, un sueño
y, al despertarme, la cara extremadamente preocupada de mi marido, al
que ya habían explicado lo sucedido.
Ha sido muy duro, extremadamente duro y
no debería quizás ni escribir de ello, pero lo estoy haciendo como
una forma de echar los demonios fuera y, si Dios quiere, pasar página
e ir olvidándolo.