11 de marzo de 2010

Encuentro (representacion de la escena de "Hilo y Cometa". (Con el permiso de Inesperada)

Abrió los ojos y necesitó unos segundos para tomar conciencia del lugar donde se encontraba. Las cortinas de la habitación permitían el paso de unos tímidos rayos de sol que le daban una apariencia de penumbra agradable. Las siete de la mañana. Normalmente, nada más despertar, saltaba de la cama y corría a la ducha para abandonar en ella los pocos letargos del sueño que aún quedaban, pero hoy decidió seguir un rato más en la cama.
Suspiró.
Cerró de nuevo los ojos y rebuscó entre sus recuerdos todos los acontecimientos de los últimos meses. Sus sonrisas, caricias y besos, que solo conocía a través de sus palabras, surgieron súbitamente, sin apenas provocar su aparición. Nunca la había visto y un sentimiento de inseguridad le invadió.
Dejó pasar treinta minutos y se abandonó bajo el agua placentera de la ducha sin abandonar sus pensamientos. Tenía tiempo suficiente para moverse con tranquilidad hasta que saliera a su encuentro.
Marcó el número de servicio de habitaciones y solicitó un desayuno americano y el periódico del día. Mientras esperaba al camarero recogió su ropa y la dispuso en su bolso de viaje.
Desayunó sin prisas, hojeando el periódico, leyendo de pasada sus titulares y prestando especial atención a las noticias que más le interesaban.
Había llegado a la ciudad en el último tren de la noche anterior y pidió un taxi para que le llevara a su hotel. Durante el trayecto se fijaba en edificios, parques y calles. “Tal vez sea aquí por donde pasea cada mañana y desde donde me llama” y la imaginó caminando, lentamente, con su móvil en el oído y sonriendo.
Se afeitó, cepilló sus dientes y terminó de vestirse. Una ojeada de soslayo al espejo le confirmó que estaba dispuesto.
Con paso decidido salió de la habitación, dejó la llave y preguntó al recepcionista cuál era el camino más recto para llegar al lugar donde se verían,..
En la calle el sol, un sol demasiado intenso para la época del año, le cegó obligándole a cambiar sus gafas habituales por las de sol.
La ciudad aparecía ante él como un inmenso tapiz de luz y colores. Caminó por sus calles y llamó su atención los patios de sus casas que, en primavera, adquirían el aspecto soñado del Edén. La multitud de sus flores impregnaba el ambiente de un aroma que nunca había percibido. Los naranjos de las calles, ya sin frutos, imponían una sombra que evitaba el impacto directo de los rayos de sol que ya, a esa hora temprana de la mañana, dañaba la piel.
Aunque conocía la ciudad, sus ojos fiscalizaban todo lo que ante ellos se presentaba...pero su pensamiento seguía amarrado en ella.
Miles de preguntas le abordaban sin que se preocupara ni siquiera en contestarlas. En poco tiempo, todas ellas sin excepción, tendrían la contestación más adecuada. En cuanto la viera.
Caminaba despacio. El tiempo aún no apremiaba y quería llegar a su encuentro lo más relajado posible, sin la natural excitación que provoca la prisa.
Saltó a su mente la forma en que se conocieron. Prólogo y Marianela intercambiaron las primeras palabras con la lógica prevención del primer momento. Unas preguntas, las respuestas precisas y, tal vez de forma involuntaria, comenzaron a sentar las bases de una relación que se mantenía en el tiempo. Después se intercambiaron palabras. Muchas. Conocieron el tono de sus respectivas voces. Oyeron sus sonrisas. E, incluso, imaginaron bailar músicas, cuerpo contra cuerpo, cuyas letras parecían redactadas para ellos mismos.
Por un momento dudó. Su imagen, que conoció por fotografía, se iba difuminando en su memoria como un arco iris que apaga el sol, llevándose el color y la humedad. Aún así estaba seguro de que la reconocería.
A medida que se acercaba al punto convenido, su tensión se disparaba. Puso en práctica todas las teorías de control que aplicaba en situaciones límites y funcionó. Su corazón recuperó el ritmo habitual de sus latidos y sus ojos la serenidad necesaria para romper la distancia que siempre les había separado.
Presintió su proximidad como la noche el fulgor de las estrellas y la vio. El silencio era su única compañía. Su mirada dibujaba en el aire interrogantes de ansiedad, intentando descubrir su llegada. Se acercó lentamente y le habló.
-¿Esperas a alguien?
Una sonrisa dejó al descubierto una inmensidad de sentimientos. Besó su mejilla y tomó asiento a su lado.
- Pensé que no vendrías.
- Te aseguré que no faltaría a nuestra cita.
La emoción del momento ahogó sus palabras y de sus ojos nacieron todas las que dormían en sus labios.
Unas tímidas sonrisas sustituyeron las primeras palabras, que se negaban a ser pronunciadas por la emoción del momento.
El camarero les volvió a la realidad.
- Póngame un café corto, con leche, por favor.
- Para mí igual.
Una mirada de miel, cálida y dulce, se clavo en sus pupilas y descubrió en ella sueños y deseos. Brisas. Sabores. Y percibió el perfume distinto de su piel.
Las sonrisas iniciales murieron en sus labios con las primeras palabras. Y se contaron silencios y secretos. Besos soñados. Rutas plácidas y desconocidas…sin dejar de mirarse a los ojos, principio y fin de todas sus palabras.
Hablaron de su pasado y su futuro. De la distancia. Barajaron sus penas. Del remanso de sus ojos. De la necesidad de sus besos. De los momentos de silencio que cada noche se imponía al cerrar los ojos. Y de la luz, inmensa y cegadora, de cada mañana, al abrirlos y reencontrar su imagen.
Y el tiempo, inexorable y cruel, les zarandeó sin piedad. Había llegado el momento del regreso. Tomó sus manos. El beso reprimido durante tanto tiempo se obstinó en tomar vida. Se acercó a sus labios y lo depositó envuelto en dulzura. Sus labios respondieron y se plegaron a los de él recibiéndole como el maná, llenos de deseo. Una corriente eléctrica incontenible recorrió su espalda. Miles de veces. Como un rayo dulce e interminable. Nuevas miradas, tristes y pensativas, fueron la despedida.
- ¿volveremos a vernos?
- ¿Tú quieres?
- Quiero.
- Volveremos a vernos.
El Ave, haciendo honor a su nombre, volaba. Cada metro que andaba era una espina que se clavaba en su alma.
Nacía, de nuevo, la distancia.

6 comentarios:

Tarzán dijo...

Bellísimo, Prólogo.Y esa distancia, testigo de la muerte de muchos amores, y de muy pocas sobrevivencias !! Inteligencia y pasíón pueden superarla. Espero que abunde.

monpita dijo...

Prólogo me encantó tu escrito.. me transportó a momentos vividos... realmente me gustó muchísimo felicitaciones.

Mayte® dijo...

A mi me has dejado con el corazón en vilo.

Qué rápidos se suceden los momentos, cuando sabes, que llegada la hora precisa tienen su fín.

Esperemos leer el siguiente capítulo de este relato.

Un saludo en la distancia

D'MARIE dijo...

Sorpende la calidad de tu expresion.Me gusto muchisimo!!
Besiss

margari dijo...

Triste,Triste la distancia que separa amores.
Explícito relato de un amor puro¿Quizá prohibido?
Más limpio y puro,hermoso y muy bello.Amor que debe tener una continuidad.Este !AMOR! merece vivirse,apurarse,saborearse
Muy bonito Prólogo
Un saludo
Margari

* Inés * dijo...

Tienes la facultad de recrear con la dulzura de tu alma.
Posees la elegancia de desgranar cada segundo de tu sueño, paso a paso.
Nos llevas de tu mano renglón a renglón, por tus pasiones bellas, con la dama de tu sueño.

Gracias, siempre y un beso.

Callad, por Dios, ¡Oh buñuelo!.

(La foto es de otro día, los de hoy los haré esta tarde que no me ha dado tiempo) Callad, por Dios, ¡oh buñuelo! Que no podré resisti...