EL CALLEJÓN
Domingo, tres de la madrugada. Sin saber bien porqué, si en realidad apuro no tenía, decidió acortar camino a su casa, entrando al callejón. Nunca había transitado por allí, ni aún de día. No tenía referencia alguna del piso, paredes, obstáculos posibles. Se metió en la oscuridad absoluta, en el silencio, solo roto por sus pasos, sobre un piso mojado, tal vez con charcos en partes. Las luces de la avenida que había dejado, empequeñecían, perdían valor al andar. Dos gatos que saltaron desde un tacho de basura lo crisparon. Fue la única vez que alteró su caminar, hasta el final del callejón. Más adelante, desde lo que intuyó un umbral, le llegaron los quejidos, y roces sedosos de un amor, hecho posiblemente de pié, seguramente consentido. Recordó algo hecho así alguna vez. Pero era tan joven. Ahora no lo soportarían sus piernas y espaldas, ni lo disfrutaría, tal vez. Tal vez.
Pese a su avance, no veía luces al frente. No se inquietó. “Todo tiene un final”, pensó. Y este se acercaba. A metros de la pareja, quizás desde un hueco, u otro umbral, le llegaron ronquidos y el olor pestilente de la miseria. Alguien dormía su locura, su dolor, ó su presente. Miró al cielo. Ni luna, ni estrellas. La nada. Sus pasos, en tremenda oscuridad, más allá de musicalizar en algo el momento, perdían importancia. Darlos, o no darlos, sin referencias, es como flotar. Y eso pensó.
Había notado una brisa antes. Desapareció. Al frente, un eco devolvía cada paso, cada vez más fuertemente, hasta que dio su humanidad, contra un paredón, al que inmediatamente le descubrió su humedad. Buscó con las manos un paso, una forma de salir del callejón. Angustiado, recorrió de extremo a extremo el paredón. Nada. Ese era el final.
Buscó con la mirada el recorrido hecho. Las luces de la avenida no existían. Sintió ganas de llorar, ahora sentado, sobre la humedad ignorada. No haría el camino en contrario, esperaría el día. Creyó dormir, creyó soñar.
Domingo, 9 y media de la mañana. Despertó en su cama de una plaza. Vio su PC encendida. Se acercó al monitor, y vio instalado su Nick, en una mórbida sala de Chat.
9 de marzo de 2010
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4 comentarios:
Me das envidiaaa
yo quiero ser novelista cómo tú cuando sea grande.
También a mi me gustaría.
Que mi mente,fuera capaz de crear historias,que aún fantásticas.Muy bien,pudieran ser verdaderas.
Fabulosa forma de expresión.
Enhorabuena,Tarzán.
Gracias por contarlas.
Un saludo
margari
Al estilo de Agatha Cristhie,nos complaces con tu ingenio.
He estado allí, donde nos has transportado con tu texto.
Gracias Tzn.
Eres bueno y das un toque precioso al blog.
Interesante relato, con detalles escabrosos de novela negra y final abstracto..donde yo personalmente dudo si se dejo el pc encendido, o todo ese paseo por ese semireal suburbio fue producto de su sueño roto por la angustiosa luz del monitor del pc..Gracias
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