LA SEÑORA II

El lunes por la mañana llega a la hacienda D.Anselmo, el administrador, es un hombre de cincuenta y tres años, viudo y sin hijos que siempre estuvo enamorado de Carmela pero, cuando se lo hizo saber a D.Manuel, el padre de Carmela, este le quitó todas las ilusiones diciéndole: "Vamos, hombre, estarás de broma, ¿no creerás que mi única hija se la voy a dar a un simple administrador?", tengo otros planes para la niña.

Kenneth, uno de los clientes, está interesado en ella desde que la vio por navidad, en Sydney, y, francamente, aunque es veinticinco años mayor no importa, lo verdaderamente importante es que tiene una cadena hotelera, una petrolera, y varios millones en inmuebles, como veras tú no tienes nada que ofrecer.

A los cuatro meses se produjo la boda en Sydney y, en los diecinueve años que duro el matrimonio, sólo había visto a la pareja las tres veces, siempre por vacaciones, que habían venido a ver a D. Manuel, pues al marido de La Señora no le gustaba el campo, por lo que no solían venir.

Anselmo, a los dos años, conoció a una buena mujer pero enfermiza, que murió a los diez años sin haberle dado ningún hijo, después había tenido algún que otro escarceo más sexual que amoroso, y así transcurría su vida.

Pero ahora … Ahora Carmela había vuelto y según ella para quedarse, pues siempre echó de menos La Hacienda, sus paseos a caballo.

Y con la vuelta de ella, habían vuelto las ilusiones de él.

Cada vez iba más a menudo, con cualquier escusa, siempre había un papel para firmar, un tema que tratar, y cada día se arreglaba más, hasta el personal de La Hacienda se daba cuenta.

Esa mañana se fueron los dos a la capital, así se lo dijeron a Juana el ama de llaves.

Que no vendría hasta la noche porque tenia que ir a la capital durante todo el día y que por la noche preparara la habitación de invitados para D. Anselmo, pues se quedaría a cenar y, como seria tarde, también a dormir.

Antonio esta dando de beber a los caballos cuando los ve partir y, cuando el coche se pierde de vista, entra en la cocina.

_Juanaaa, ¿dónde estás?.

_Aquí, ¿a qué vienen esos gritos gamberro?.

_¿Dónde van esos dos?.

_A la capital, no sé pero me parece que el administrador está planeando ligársela ¿sabes?.

Antonio coge una manzana, la frota con la manga de la camisa hasta hacerla brillar, se sienta en una silla, pone los pies en la mesa y, tras tragar el primer mordisco, pregunta:

¿Y por qué lo dices?

_ ¿No te has dado cuenta?, viene casi todos los días y cada vez más arreglado, le trae flores. Unos dulces, una botellita de vino dulce, uy no sé… pero esté gañán pa mi que esta pensando en los millones de la dueña.

._Oye Juana es tan rica como dicen.

_ Sí, creo que entre lo que le dejó su padre y el marido es una de las fortunas más grande de España, y también está en las revistas americanas mira.

Y saca de un cajón de la cocina un número atrasado de una prestigiosa revista americana en la que se la ve con su marido en una fiesta.

_¿De dónde la has sacado?, la tiró en la papelera de su escritorio y yo me la guarde.

_Juana, ¿qué pasaría si la dueña se volviese a casar y el marido no quisiera vivir en el campo?

_Caray, nunca lo he pensado, ¿qué crees que podría pasar?, Que vendiese La Hacienda digo….

_Si, si que lo creo.

_Pues me has dado la mañana, porque a D. Anselmo nunca le ha gustado el campo.

_A él no, pero… A mi sí…

_¿Qué es lo que insinúas?.

_Veamos Juana ¿tú has visto como me mira La dueña?, ¿ te has fijado?…

_Como para no verlo hijo, jajaj! ¡te come vivo!, La Rocío esta que se muere de los celos, dice que le va a poner matarratas en el té, jajajja.

_Pues piensa un poco … si me ayudas a conquistarla y, en vez de casarse con el administrador, se casa conmigo…Tienes asegurado para siempre el trabajo tuyo, el de tu marido Kiko y vivir en la casa, claro, y, además, ser la mano derecha del amo y señor…

_¿Hablas en serio?

_Muy en serio

_Y, ¿Cómo lo hacemos?

Continuara.