Tantos son los años que han pasado, que dudaría realmente si  sucedió esta historia; pero aun así, vale la pena de ser contada.
Una familia de campesinos de muy buena voluntad pero demasiado  pobres. Sentían el dolor de la pobreza en cada uno de los días de su existencia.  Nada cambiaba a su alrededor. 
Dos niños que atendían una pequeña huerta y a una vieja vaca  que apenas podía pastar. Un molino que giraba sus alas, como pidiéndole al cielo  un poco de viento, ya que no soportaba más ni sus propios ruidos por falta de  aceite; Totalmente herrumbrado. 
Los mayores, se dedicaban al sembradío, si tenían suerte y los  gorriones no se comían las pocas semillas que podían conseguir.
Así seguían de tal forma que, nunca pudieron abrir su mente,  para poder intentar revelarse ante el hastío de la rutina.
Cierta tarde, nubarrones negros anunciaban una tormenta que  saquearía, la mayor parte de la parcela. Los ruegos del viejo molino, parecían  haber sido escuchados. 
Los mayores comenzaron a tapar, con todo lo que tenían a su  alcance, el cobertizo donde dormía la vieja vaca. Los niños como podían, tomando  plásticos recogidos en algún momento de alguna vieja fábrica que ya no  funcionaba, bordearon toda la huerta para no perder lo poco que tenían. 
Mientras, el viento los arrojaba al suelo, la lluvia que  comenzaba a caer, los golpeaba. Esas gotas eran como piedras punzantes, en el  cuerpo de aquellas desesperadas personas. 
Viendo que la tormenta, era mucho más fuerte, que las que  habían visto en muchos años, Se acomodó en su vieja casa, donde sólo cabrían  ellos y sus penas.
La mujer lloraba diciendo, que este sería el final de lo muy  poco que tenían.
Y ahí, juntos todos, se quedaron esperando que lo peor  llegara.
Unos instantes después sintieron golpecitos en la puerta. Se  miraron todos estupefactos, pensando que ninguna persona en sus cabales viajaría  a cualquier parte enfrentando una tormenta como aquella. 
Los golpes sobre la puerta se repitieron suavemente, pero más  insistentes. El Sr. de la casa, preguntó quién era. 
Una voz anciana, rogaba desde fuera, por caridad, calor y  alojamiento, sólo esa traicionera noche. 
Aun Confuso por el episodio, el buen granjero, abrió la puerta  y le conmino a entrar. Realmente era un anciano empapado de pies a cabeza.
Lo invito a acercarse al fuego, intentando que éste, calentara  su cuerpo y secara su ropa. La mujer, le alcanzó un jarro con caldo caliente,  aun sabiendo que uno de ellos quedaría sin su cena por esa noche.
Nada importó realmente, porque el viejecillo, era muy alegre,  simpático y con muchas anécdotas de su camino por la vida. Un viajante del  Universo, se consideraba él.
Y Así, charlando y sin poner atención a la tormenta,  transcurrieron las horas. La simpatía de viejo era tal, que todos lo acogieron  como parte de la familia, riendo y festejando su la actitud positiva ante la  vida. 
La familia, a pesar de ser buena, trabajadora y constante, sólo  tenía penas que confesar; Que si la vaca era mas vieja, que si la huerta daba  pocos tomates, que si las zanahorias eran más pequeñas. Nada de lo que contaban,  tenía un dejo de animosidad o positivismo.
Se veían sus caras, apesadumbradas y resignadas; fatigadas por  la rutina. Ya estaban convencidos que esa vida jamas cambiaría y seguirá por  siempre siendo un hastío desde su comienzo y hasta su final.
Silencioso, el anciano los escuchaba. Su gesto era de  consideración, ya que realmente esta gente, no sólo era buena y honesta, sino  que compartieron lo que poco y nada tenían, para que él no muriese de frío ni de  hambre. 
Los miro fijo a los ojos, Y les dedicó unas palabras, mientras  metía su mano en el saco que llevaba colgado sobre sus hombros una vieja y roída  bolsa de viaje. -¡ Como agradecimiento a de su hospitalidad, les dejo esta  planta!- Al sacar la mano, se vio que tenía apenas unas pequeñas semillas, color  marrón, que destellaban con " cierto misterio" 
La familia, fingiendo agradecimiento y alegría, quedó atónita,  pensando, para sus adentros, que el anciano no estaba en sus cabales.
¿Para qué querían esa planta ellos?, Meditaban incrédulos. Si  la verdadera necesidad era tener un lugar confortable, donde criar algún ganado,  y una huerta que les sirviera para sembrar, cosechar y vender verduras a los  vecinos… ¿Pero una planta insignificante como aquella, de que les podía  servir?
Aun así, Callaron por respeto, disimulado todo el tiempo, para  que el anciano no se diera cuenta de su desilusion. 
Pero él, con toda su experiencia, descifró sus sentimientos, y  se dio cuenta de que ellos no estaban conformes con su regalo, y los animo  invitándolos a que cambiaran su visión de aquella humilde planta.
- Sólo les pido a los cuatro, que cada mañana rieguen esta  planta... Le digan unas palabras de afecto... y que jamas olviden hacerlo, aun y  más allá de todos lo ocupados que se puedan encontrar; Ya que teniendo vida  ella, como nosotros los mortales, beneficiarían su crecimiento.
Todos miraron al viejecillo, que tomaba sus cosas y se despedía  para siempre con mucho afecto, como si los conociera de toda la vida. 
Sonriéndoles, emprendió su camino. Y mientras más se alejaba,  también se alejaba la tormenta; como si ambos fuesen uno solo.
La familia, más allá de su ignorancia o de su tristeza, charló  sobre cómo cuidarían a esa planta; y decidieron turnarse para que cada uno, la  regara día con día, para jamas olvidar a aquel extraño amigo que, aun sin poseer  nada, les había hecho un regalo. 
Así pasaron los días y meses, y nadie se olvidaba de regar la  planta. A medida que lo hacían, las cosas iban cambiando en ese hogar. 
Hubo una cosecha abundante, heredaron un ternero, y arreglaron  la casita. La alegría retornó a sus vidas y la planta crecía con un verdor que  no era muy común. Estaba cerca de la ventana y el sol siempre acariciaba sus  tallos, y cada vez que brotaba un nuevo pimpollo, algo más de abundancia,  llegaba a sus puertas. 
Tanto fue así, que se hicieron conocidos en el pueblo; por la  calidad de las verduras que crecían en su huerto y que se comerciaban en buen  precio, y por la cantidad de vacas y terneros que habiendo duplicado sus  nacimientos.
Y la fama de aquella familia se extendió por muchos pueblos de  los alrededores. 
Algunos años pasaron, y De aquella familia que el viejecillo  conoció, sólo quedaba la planta; porque lo demás había cambiado de tal manera,  que, ni ellos mismos podían reconocerse, y mucho menso tener algún interés en su  recuerdo o en el cuidado de la planta que le había regalado.
 El dinero, pide más dinero, el amor pide más amor. Y lo que  das, siempre vuelve de regreso.
Las habilidades comerciales habían superado las expectativas, y  cada día tenían ellos menos tiempo para cenar juntos, o de hacer una caminata  por el campo, o de sentarse a escuchar los pájaros y aun hasta de regar aquella  rara planta.
Ya convertidos en personas de un cómodo nivel económico, la  planta dejó de interesarles. Había días incluso, que apenas podía levantar sus  hojas y se veía a ciencia cierta que estaba muriendo, aun así, brillaba de vez  en cuando, advirtiéndoles de su presencia en la casa...
Pero no, nada podía hacer para llamar su atención, tanto fue  así, que se fue secando, cayendo, perdiendo fuerza, hasta quedar apenas reducida  a unas cuantas semillas esparcidas en el macetero.
A medida que la planta agonizaba, los dueños del imperio, iban  perdiendo fuerza en sus negocios. Casualmente, una tormenta destruyó totalmente  sus sembradíos y, también casualmente, una peste arrasó con todos los animales  de su ganado, dejando solo viva la vieja vaca. 
Fue de esa manera que, al perder todo, también perdieron la  confianza en sí mismos. Y volvieron a la vieja casa que, era lo único que les  quedaba. Tristes, desolados y sin ánimo de nada, se fueron enfrascando, cada DÍA  más, dentro de sí mismos. 
La campesina, vio la planta totalmente destruida y en su alma  pesaron aquellas veces que olvido regarla. Que abundaron las veces que dejó de  hacerlo para ir de fiesta, como nuevos ricos; o de compras con alguna de sus  vecinas. El esposo, también contemplaba la planta recordando cuantas veces dejo  de regarla por irse de viaje o por sus nuevos negocios. Los hijos llorando,  también reconocieron su falta de responsabilidad. Y fue allí, que comprendieron  el mensaje del anciano, y la relación de aquella planta con su bienestar  familiar.
La planta simbolizaba el amor, la armonía, la unión, la  responsabilidad, la vida. Y ellos, al concretar sus sueños, se olvidaron de su  esencia. 
La planta somos todos nosotros; que necesitamos de atenciones  todos los días, que necesitamos de caricias, de disfrutar de la familia, y de  sus cosas simples, de los pequeños detalles que pasa en esta vida. 
Todos necesitamos amor. La constancia de mantenerlo seguro es  un trabajo eterno.
Realmente, se dieron cuenta de su gran equivocación. Fue tan  triste verlos que la planta también lloró, y dejó caer una semilla casi seca en  su propia tierra.
Milagrosamente, la semilla germina, y en los días siguientes,  pequeños brotes adornaron la tierra árida de aquella maceta. 
Desde entonces, nunca más les faltó el pan en su mesa, ni el  amor en sus corazones. Aprendieron la lección del sabio anciano, que una noche  apareció con la tormenta y se fue con ella...
2 comentarios:
Bonita historia.
M e ha encantado tu escrito, me viene a la memoria que como todo en esta vida, si queremos que continúe con vida hay que regarlo, el amor es lo que más necesitado está de eso riego en la vida de las personas, yo tendré siempre presente en lo que me quede de vida, mantener el riego que precise mi vida.
gracias Marie,, lindo escrito.
Un beso en la distancia.
Me uno a Gabriel Marie. Un escrito maravilloso.
A veces nos ofuscamos y no vemos más allá de nosotros mismos, deberíamos contemplar más lo que nos rodea y nos percataríamos de que nuestras miserías son nimias si las comparamos con las grandes desgracias que nos rodean.
Un besito desde el alma
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