(Imagen tomada de Wikipedia) |
Un personaje de Proust, de "À la
recherche du temps perdu", rememoró episodios infantiles comiéndose
una magdalena, de ahí que la idem de Proust sea famosa y que la
evoquemos cuando cualquier olor, situación o sabor nos traen
recuerdos del pasado. A mí me pasa mucho, unas veces es agradable,
otras no tanto y otras es hasta doloroso, como hoy.
Llevo todo el día echando tanto de
menos a mi padre que casi no lo puedo aguantar; y sé que es ley de
vida, que un día esta se nos acaba y los que se quedan tienen que
aprender a vivir con la ausencia pero, supongo que le pasará a todo
el mundo, cuando nos toca prescindir de un ser querido siempre le
vemos injusticia, sobre todo si previamente le han tocado años de
una enfermedad terrible y, además, se ha ido demasiado joven. Y
aunque la cabeza te diga que en realidad fue lo mejor para él, para
que el maldito Alzheimer ya no le hiciera sufrir más, nunca puedes
dejar de preguntarte por qué le tuvo que tocar a él, por qué
siempre se suele ir la gente más buena y más maravillosa y por qué
hay tanto hijo de la gran puta al que no le pasa nada y vive un
montón de años y por qué tienes a tu madre también con demencia
senil y, cada minuto del día y muchos de la noche, te duele.
El recuerdo me vino comiendo, hice
conejo al horno y unas patatitas mini rellenas de ajo y perejil y,
como a mí no me gusta el conejo, he comido patatas y lomo de cerdo
curado (que curo yo, valga la redundancia, y me sale buenísimo).
Como en mi casa no desaprovechan
ninguna ocasión para tomarme el pelo, mientras partían el lomo ya
me han dicho que, dada mi experiencia en lomos, panceta y salmones, a
ver cuando empezaba a curar jamones y, claro, como yo no me corto un
pelo y antes muerta que callada, he mirado el muslamen del conejo y les he anunciado que próximamente
les voy a hacer jamón de conejo (existe, eh, que yo lo he visto) y
jamón de cabrito. Y ellos con la guasa, que el de cabrito igual aún
lo pueden poner en la jamonera pero que el de conejo a ver como lo
cortan, que si existirán tablas de cortar de la Srta. Pepis y todo
ello.
Y yo, ¿cómo no?, acordándome de mi
padre y de que si él viviera me haría una tabla para cortar el
jamón de conejo o cualquier otra excentricidad que se me ocurriera y
no me diría nunca, como me dice mi marido cuando le pido que haga
algo: “Dios me libre a mí de quitarle el trabajo a un
profesional, llama y que te lo hagan” o, lo que es peor, no poder
pedírselo a mis hijos porque prácticamente no saben del color que
es una llave inglesa (por decir algo). Mi padre me la haría, le
quedaría preciosa y, lo mejor de todo, no me miraría raro ni
pensaría que estoy chalada, simplemente me daría el capricho y yo,
una vez más, me sentiría tremendamente orgullosa de él.
Luego, como él me decía que yo hacía
el mejor arroz con leche y las mejores natillas del mundo y a mí,
aunque es mentira, me gustaba que me lo dijera, he hecho arroz con
leche y le he dicho: “para tí, Papá”.