Estaba barajando sobre si escribir
sobre las 400.000 visitas que hemos alcanzado hoy en el blog, en los
casi dos años que hace que pusimos el contador (cosa que, por la
parte que me toca, agradezco muy encarecidamente), o contar lo de mi
vecino el loro; así que, ante las dudas, he optado por las dos
cosas.
En el edificio de al lado de donde vivo
hay un loro que pasa todo el tiempo en el balcón en una jaula
enorme. Vista desde abajo, la jaula es a otras jaulas como lo sería
la habitación de un hotel muy modesto a una suite en un 5 estrellas.
Anchura tiene, desde luego, y se le nota relajado y con ganas de
largar, se pasa todo el día haciendo ruido y diciendo cosas.
Como hace sólo unos meses que vivimos
en esta casa, al principio me llamaba la atención la cantidad de
frenazos que se oían cuando salía a la terraza pero, teniendo en
cuenta la proximidad del semáforo, pensaba que era por eso hasta que
un día, mirando más detenidamente, me decía a mí misma: “no
puede ser, si el semáforo está en verde y aquí no frena nadie,
aquí pasa algo raro”. Y tanto que pasa, lo que ocurre es que el
balcón del loro está justo encima del semáforo y el animalito se
sabe cuatro ruidos de frenada diferentes y, coche que ve, frenazo que
“canta”, frene o no frene el coche, ya lo hace por inercia,
supongo.
La cosa tiene su guasa, hay que
reconocer que el loro listo es un rato pero yo tengo que averiguar
los años que tiene el loro y si me conoce, no vaya a ser que el muy
cabrito se haya enterado de que es vecino mío y el ruido de uno de
los frenazos lo haga por cachondearse de mí.
Y digo esto porque, hace muchos años,
tuve un BX que, nunca conseguimos averiguar por qué, gastaba las
zapatas y chirriaban al frenar de forma horrible. Aquel coche nunca
lo olvidaré pues, aparte de lo de las zapatas, tenía dirección
“resistida” y no veas lo que me costaba aparcarlo cuando estaba
embarazada de mi peque entre lo duro que estaba y yo hecha un
cachalote.
Jamás olvidaré un primero de agosto
entrando a La Manga en caravana con el dichoso coche, con mis padres,
mis hijos y el perro (mi marido, como siempre, tenía algo
urgentísimo que hacer y no vino hasta el día siguiente) y cada
frenazo, o sea, cada minuto, las zapatas chirriando y yo desquiciada
y sin saber donde meterme y mi madre sin parar de decirme: “¿y no
le puedes hacer nada para quitar ese ruido?” y yo, unas quinientas
veces después, le dije: “claro que sí, mamá, fíjate si puedo
hacer que como me lo vuelvas a repetir me bajo ahora mismo, le enseño
un muslo a quien sea y me lleva donde me de la gana y conduces tú y
de paso lo arreglas”.
Ella no me volvió a decir nada hasta
que llegamos, pero yo tengo mis sospechas de que el loro podía ir en
aquella caravana en el coche de delante o el de detrás y me tiene
localizada y el frenazo ese lo hace por mí, para reírse. Pobre de
él como se confirmen mis sospechas...