+ El día llegó... +

Los planes de boda seguían en marcha, durante una charla con Toño en el Chat me preguntó:
- Y ¿Dónde viviremos? ¿Vienes o voy? …

¡Oh sorpresa! Y ni lo había pensado.
Le contesté que yo no podía irme de la ciudad por cuestiones del trabajo, ya tenía muchos años y pronto me podría jubilar.
- Bueno, ¡no importa!... respondió.
Él ya estaba jubilado, así que le era más fácil movilizarse de ciudad.
- Yo me iré para allá contigo, no tengo nada aquí que me detenga. Así mientras tú vas al trabajo, yo me encargaré de hacer la comida para cuando vuelvas a casita.

¿Qué mujer no estaría feliz con tal ofrecimiento?
Sinceramente, yo no lo tomé tan literalmente, fui educada a la antigüita bajo el estilo de ser toda una “ama de casa”. Ya veríamos como nos organizaríamos una vez casados.

Sus visitas se continuaron, la siguiente fue en Enero, esta vez me daría una grata sorpresas.
Su llegada fue igual que la anterior. Al llegar a casa se instaló en “su habitación”.

Mientras, mi madre, mi hermana mayor (que vivía al otro lado de mi casa) y yo conversábamos en la sala…mi mami que ya era una persona de 88 años, se encontraba recostada en un sofá, de pronto entra Toño apresurado y sin más ni más se para frente a mi madre y en forma, por de más ceremoniosa y galante, le dice:

- Señora con el debido respeto que usted me merece, vengo a pedir la mano de su hija, para casarnos.

Las caras de asombro no se hicieron esperar, ella solo alcanzó a emitir un ¿Cómo? Pues no lograba entender de qué se trataba. Mi hermana, quien es muy animosa, le dice en son de broma, para no hacer tan tirante el momento:

-¡¡Mami, siéntate y arréglate la ropa, te esta pidiendo la mano de mi hermana, ahora o nunca!!

Risas nerviosas no se hicieron esperar, dirigiéndose a él le dijo:

- ¡y tú nos hubieras avisado!

Yo no atinaba a decir nada, por el impacto sorpresivo y la forma como se dió la situación.

Mi madre respondió:
- Si, por mi no hay inconveniente, pero, ¿y ella qué dice?

Él se dirige a mi, saca del bolsillo del pantalón una cajita, se me acerca y me dice:

- Mi niña, ¿te quieres casar conmigo?

Abrió la cajita, sacó un anillo de oro con una circonia, tomo mi mano y colocó el anillo en mi dedo anular. Yo con una sonrisa, que no me cabía en la cara, solo le dije:

- ¡si, Toño!

Abrazo efusivo y amoroso, corazones acelerados, emoción contenida, lágrimas en mis ojos, besos con ternura.

Mi hermana dijo: ¡Esperen!! Y salió corriendo, volvió con cámara en mano, y nos fotografió.
Felicitaciones, risas, comentarios sobre lo precipitado y sorpresivo que fue todo.

Después entendería que así era él, sencillo e impaciente cuando se trataba de dar una sorpresa, sus regalos por algún acontecimiento, siempre los recibiría yo antes de la fecha.

Decía: ¿para que esperar? ¡Da lo mismo!

El acontecimiento siempre lo recordaríamos entre risas y bromas, y quedaría la fecha marcada como un dicho familiar:

“El día de la pedida”