Foto tomada de Google, si está protegida la quitaré de inmediato de si me avisan. |
Y una de ellas tiene que ver con el
emperador precisamente. Resulta que un día comiendo en un
restaurante, con mis primos, cónyuges e hijos, pedí emperador a la
plancha para comer y a mi hijo, que estaba sentado a mi lado, le pedí
otra cosa (no recuerdo qué, pero fue lo que él quiso, por
descontado) y el muchacho, cuando llegó el camarero con los platos,
va y le dice: “¿y no podría yo comer también emperador, es que
mire Ud. que mi madre no me da nunca y a mí me apetece?.
Yo no sabía si estrangularlo en
directo o meterme debajo de la mesa, porque eran épicas mis
persecuciones detrás del niño para que comiera pescado y a él no
le daba la gana. El caso es que, sin comérmelo ni bebérmelo, quedé
como la madrastra de Blancanieves y el niño se comió mi plato y yo
no me comí el suyo porque del disgusto que tomé se me quitaron las
ganas. Ello no obstante, cuando pocos días después le presenté en
casa un plato de emperador no le dio la gana de comérselo, como de
costumbre y así sigue de adulto.
Y, recordando las “monerías” del
nene, que era un cabrito de marca mayor, me vinieron a la memoria
otras dos cosas y nos echamos unas risas con ellas, primero la
de las galletas María y luego la de las zapatillas.
Lo de las galletas María me la hizo
por partida doble, primero haciendo la compra (era comprador
compulsivo y cogía todo lo que estaba a su alcance) echó al carro
un paquete de las susodichas galletas y yo, como a nadie le gustaban
en casa y comíamos Chiquilín, las devolví al estante. Cuando vio
que las devolvía, pegó la hebra con un señor mayor que estaba a mi
lado haciendo la compra (siempre se ha llevado muy bien con la gente
mayor) y le dijo: “¿Sr. sabe Ud. que mi madre no me quiere comprar
galletas María a pesar de que a mí me gustan mucho?. El hombre,
como el nene era la personificación de la inocencia tan rubio y
mirando con esos ojazos “inocentes”, sintió pena por él y me
dijo que, si yo quería, él pagaba las galletas pero que no dejara
al niño sin ellas.
Yo igual, tierra trágameeeeeeeeeee,
más roja que un tomate y tratando de explicarle al señor que el
nene mono lo que comía eran galletas Chiquilín y que estaba hasta
el moño de tirar las cosas que cogía en el super por el puro placer
de comprar. Al final, por supuesto, el hombre no me creyó y yo me
terminé llevando las galletas que nadie se comió.
Pero el asunto de las galletas María
no terminó allí, nooooooooooo ¡qué va!, porque a los pocos días
fuimos de visita y como era la hora del café le ofrecieron al niño
unas galletas María y tuvo el cuajo de comérselas a pesar de que yo
le dije a la señora que no se molestara que no le gustaban; en
realidad se las comió y le dijo mirándome a mí ladinamente: “es
que como mi madre no me las compra...”.
Pero, con todo, eso no fue lo peor de
lo que hemos recordado, porque lo que más me dolió fue lo de las
zapatillas y el otorrino. Tenía el niño unas hemorragias nasales
tremendas y, en varias ocasiones, le tuvieron que cauterizar las
venas y el otorrino, en una de ellas, le dijo que procurara no
resfriarse, no andar descalzo y todas esas cosas que suelen hacer los
niños. El muchacho, como no estaba por la labor de confesar que
hacía todo eso porque le apetecía, buscó rápidamente un culpable
para lo de andar descalzo y le dijo al médico: “es que yo no
andaría descalzo si tuviera zapatillas de andar por casa, pero como
mi madre no me compra pues no tengo más remedio que ir descalzo”.
Ahí ya no es que yo estuviera a punto
de matarlo por mentiroso, es que no me dio un infarto porque Dios no
quiso porque, entre las carcajadas del médico, que ya le tenía la
medida tomada, y visualizar su zapatero donde, entre otras más
normales, tenía tres pares de zapatillas de dinosaurio, oso y mono
respectivamente, yo me atragantaba y veía en rojo y no podía ni
hablar. El caso es que no lo maté, pero confieso que ese día me
faltó el canto de un duro.
8 comentarios:
María pues el nene la verdad es que tenía tela marinera. Joder con todo lo que has contado tuviste más paciencia que un santo, porque por muy hijo que sea y por mucho que se le quiera, matarlo, no; pero la vedad es que unas hostias bien dadas se las ganó a pulso. Joder que a ti te ponía con esas actitudes en una situación muy complicada y delicada como madre.
Besos María y me alegro que publiques. Cuídate mucho.
Todo lo que dijo Rafa lo suscribo; de todas forma si no era genético ¡Quien lo habría consentido asi!
¡Mira es muy mayor a todavía le puedes dar el par de hostias!
CuriosidaD
Besos
Ya no puedo dárselas André (no llego, jaja). Además es un encanto, es que de pequeñajo era un trasto.
Besos
Hola, paisana guapa, cuánto me alegro de saber de ti aunque sea por estas entradas de tan "mala follá". Vaya con el niño, sí que era un cabrito. Lo que me extraña es que viendo cómo te las gastas tú, aguantaras tanta cabronada infantil. Porque, vamos a ver, a mí el niño me come el emperador, vale, pero a partir de ese día come pescado quiera o no quiera. Faltaría más.
María, espero que estés mejor y que te podamos seguir más a menudo. Vigila al niño ese que aunque ya sea grandote cualquier día te monta otra de muy señor mío.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Jajajajjaa
Menudo crack!!!, jajajjaja
Besos.
Juerrrrr!!!! Mira tú que si estaba poseido por el espiritu de algún cabroncete...Hay que ponerte una estatua en tó el medio el pueblo, porque vamos con semejante elemento, cómo has llegado hasta aqui? jajajaja
Besotesss!!!
Mi niña, me imagino las que has tenido que pasar, yo no creo que tuviera tanta paciencia.
Pienso que a las madres de familia numerosa, tengo cinco hijos, Dios nos echa siempre una mano y, en ningún momento, me han dejado quedar mal.
Bueno, ahora recuerdo que un domingo, cuando regresábamos a casa(era la hora de la comida), el tercero de mis hijos, debíó de sentir tal hambre, que hasta que llegamos a casa se pasó todo el camino llorando y diciendo a voz en grito que quería pan ¿pensarían los que le oyeron que no le daba de comer?
Hoy reímos sus anécdotas pero en ese momento...
Cariños y abrazos.
Kasioles
María:
Se me había pasado de largo tu blog. Este post está muy bueno porque relata las artimanias que tuvo tu entonces pequeño hijo.
Es una conducta típica manipuladora de los niños, para llevar la contra.
Hiciste bien en ilustar con Daniel el travieso.
No sé por qué, pero me imagino que entre ustedes siempre hubo mucho, mucho amor y que él buscaría llamar tu atención.
Me gustó leer tus anécdotas.
Un beso.
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