SUDORES

No veía a Guillermo desde nuestras prácticas de Tae Kwon do. Las hacíamos, no para competir ya, sino para mantener un cierto estado. Guille finalmente las abandonó. Su profesión lo condicionaba en horarios, pero quedó entre nosotros una amistad sincera.
Aquella tarde, un techo y cuatro paredes, veían el sudor de mi frente, y tal vez mi palidez. En la espera, recordé otros sudores helados en mí, como cuando de niño, fui sorprendido por un mastín, apropiándome de naranjas que no eran mías, en una enorme finca poblada de árboles frutales. Recordé otros sudores, entre ellos, uno especial: Dos hermanos de Betti, blandían sus puños ante mis narices, a efectos de que deje de coquetearle. No lo lograron, pero que sudé, sudé. Y así, otros.
Pese a algunas bromas, Guillermo mantenía un gesto concentrado. Hablamos de las familias, de mi adicción enfermiza por el tabaco, de que se dedicaba a trotar kilómetros libremente, sin ajustarse a horarios, junto a su esposa.
-Estás sudando. ¡Hombre grande, ché!-dijo con una sonrisa.
Y eso que no veía mi espalda, a la que sentí mojada. Traté de pensar en algo alegre, más no pude. Noté que el paso de la saliva se me hacía dificultoso. ¡Dios…que trance!

-Ya está- escuché decir a Guillermo, en medio de mi turbulencia cerebral.
-¿Ya?- dije casi con asombro
-Si…eso es todo.
-Una pavada-dije entonces, sintiendo circular mi saliva libremente.
-Así es. Llevate las ecografías y análisis-dijo sacándose los guantes de látex.
-¿Y?
-Tu próstata está muy bien, amigo mío.