Hoy, exactamente cinco meses después de
mi último post y, ¿por qué no decirlo?, un pelín avergonzada de
tener el pobre blog abandonado, me pongo a reflexionar y a hacerme un
examen, a preguntarme en qué o cuando he cambiado, a averiguar por
qué me da tanta pereza escribir siendo, como soy, de verbo
extremadamente fácil, a intentar dilucidar por qué me dió un
ataque de risa ayer cuando me llamó mi madrina (78 años) toda
preocupada porque estaba dos días sin internet y a saber qué
correos tenía sin leer y qué tendría en el Facebook, etc. y ella
erre que erre y yo cachondeándome y diciéndole: “Tita pues vente
aquí que tenemos dos ADSL” y ella: “pues mira no me tientes que
ahora mismo pido un taxi y me dejo a tu tío solo y me voy”.
Y, de pronto, he caído en la cuenta de
que igual mis gustos han cambiado, que he conseguido echar el freno
después de ir toda la vida “a toda pastilla” o que,
sencillamente, nací más de 100 años tarde y, realmente, a mí lo
que me va es lo que podría hacer de haber nacido en la época
victoriana.
Ahí me he iluminado y admito que nací
tarde porque, teniendo en cuenta que tengo hasta los planos hechos de
una casa victoriana (será mi próxima casa, sólo me separan de ella
1.000.000 €, pecatta minuta vamos), que tengo muebles antiguos, de
un estilo deliciosamente shabby chic, guardados en los trasteros para
poner en esa casa, que le he declarado la guerra a las panaderías y
llevo meses haciendo diariamente el pan, que cocino más que nunca,
que me ha dado por coser, por restaurar algunos muebles (pequeños,
de momento), las manualidades y un largo etc. realmente puedo
concluir que me hubiera gustado más vivir aquella época cuando, por
ejemplo, la comida era auténtica y las cosas seguro que sabían a lo
que tenían que saber, cuando no había tanta prisa para todo y ese
largo etc. de ventajas. Luego, pensando en los inconvenientes, digo:
“vale, pero con electrodomésticos, luz eléctrica, aire
acondicionado, las calles asfaltadas, coches, la ropa de ahora,
etc.”.
El problema de mi “cambio” de
gustos es que, como soy mujer de excesos, me pongo a coser y hago
tantas cosas que mis hijos se ríen y le dicen el uno al otro: “Nene
¿sabes que tu madre tiene un taller de chinos clandestino, porque es
imposible que haga tantas cosas ella sola?” y, por echar fuera la
producción, lo regalo casi todo y tengo a mis amigas y a mi familia
a punto de decirme: “por favorrrrrrrr no me des nada más”. Y el
asunto de la pastelería mejor ni hablamos, que como alguien venga de
visita avisando previamente se va cargado sí o sí.
Luego, analizado lo analizado, me hago
la pregunta final: ¿A ver si lo que me pasa es que me estoy
volviendo peligrosamente “maru”? Y, como no hay nada mejor que
ser indulgente con uno mismo, me miro y me digo: “noooooooo nena,
para nada tú no te empieces a preocupar por eso hasta que te de por
estar por casa con zapatillas o te pongas un camisón y una bata antes de ir a acostarte" (no he soportado nunca las zapatillas, salvo para
levantarme de la cama, y mi versión “cómoda” son mocasines en
invierno y sandalias de poco tacón en verano y soy incapaz de ponerme una bata para estar por casa, yo vestida de calle hasta que me vaya a acostar porque ¿y si surge algo y hay que salir de pronto?).