CARTA BRAVA

CARTA BRAVA

Un día cualquiera, al pasar por la casa de Carta Brava, con mi taxi, me saludó, levantando una mano. “Debe haberme confundido”, pensé. Hacía pocos meses que yo vivía en el pueblo. Respondí a su saludo con un movimiento de cabeza, solo por cortesía. A partir de allí, los saludos con gestos fueron comunes. Vivía, Carta, en una calle-boulevard, y utilizó una parte de tierra, para construir un jardín público, colmado de plantas de flores variadas, a las que regaba diariamente, cruzando desde su casa una manguerita de débil chorro, pero suficiente, sin importarle que los autos la pisaran al pasar.
Digo, que con Carta Brava, jamás cruzamos palabras, solo aquellos gestos amistosos, surgidos desde los misterios. No hablamos, ni aún en la fila de un Banco, una mañana en que coincidimos, ya que nos separaban varios metros. Si, nos saludamos como siempre, levantando una mano.
Algunos, decían que su apodo le fue dado por lo bien que jugó en un tiempo a los naipes. Otros, por las cartas ardientes que escribía a las jóvenes que caían en su gusto. Prefiero esta segunda versión.
Cuando vi marchitarse, poco a poco el jardín, me preocupé. Coincidía, con que la casa de Carta permanecía cerrada. Coincidía, con el infarto que le había dado, con su muerte, de la cual no me había enterado.
Boulevard por medio, desde hace casi dos años, vivo enfrente de la casa de Carta Brava. En mi vereda, hay un banco de cemento. En la que fue suya (aún deshabitada), dos bancos. Pudimos tal vez conocernos las voces. Amigos, siempre seremos.